Una señora estaba muy triste y se sentía en culpa. La razón era que no había podido ir a misa el domingo, precisamente el domingo que coincidió con el día de la madre. Y dijo que era que su mamá, que había venido de muy lejos, la estaba visitando. Y dijo también que una tía que vive con ella en su casa se había puesto muy mal y que cómo dejarla… pero que aún así se sentía triste y en culpa…. Y después abundó en detalles y también me contó que el almuerzo le había quedado muy bueno, que hasta la tía enferma y casi siempre sin apetito se había animado a comérselo todo y que como sobró pues hubo para mandarle a los vecinos y a otros familiares que no pudieron estar en la fiesta… pero, que aunque fue muy lindo, ella estaba triste y en culpa por no haber ido a misa….
Y yo, sacerdote, le escuchaba a estas cosas…. Y fui sintiendo que ella era sacerdote de verdad y que oficiaba en su casa la misericordia, lo que realmente agrada al cielo…. Y diciéndole eso me sorprendía la belleza del sacerdocio que todos recibimos en el bautismo… sin ese sacerdocio real nuestro sacerdocio ordenado estaría vacío.
Le dije que no había que estar triste y en culpa, que ella había celebrado una misa, una misa en su casa, y que ella había hecho como Jesús que nos dio para comer y beber su propia vida ofrecida… que, precisamente, la misa no es el rito de media hora que hacemos todos los días y que es un poquito más largo los domingos, que no, que eso apenas es la celebración, y que la misa de verdad es la vida dada por amor… que Dios no la extrañó en la Iglesia y eso porque esa fiesta de madres, con su tía enferma, había sido su ocasión para darse y hacerse alimento otra vez. Y que Dios la hubiera extrañado en su casa si se hubiera ido para la Iglesia dejando a su gente abandonado. Le dije que la comida que ella repartió con tanto amor había servido de comunión para todos…. Y que mirara que así como del templo se la mandamos después a los enfermos y otros que no pueden venir, pues ella se la había mandado también a los ausentes…y que también esos comulgaron.
Y la señora se fue feliz y eso porque cayó en cuenta que no sólo no había faltado a misa sino también que ella misma, en el nombre de Jesús, había presidido en el amor, que eso es la eucaristía, a todos los que estaban en su casa.
Si, no es cuestión de ritos, no hay que entrar en tristezas y culpas… el amor está por encima, no se trata sólo de celebrar la eucaristía, se trata sobre todo de ser eucaristía con Jesús y entregar la carne y derramar la sangre por los hermanos.
Jairo Alberto Franco mxy